vendredi 8 octobre 2010

pasan los tiempos, pasan los metros

Bueno,
se quejan los hispanohablantes que suelen pasar por este blog de vez en cuando de que encuentran cada vez menos artículos en castellano. Algunos amenazaron con abandonarlo.
Eso no. No puede ser.
Desde hace unos meses, Francia esta cortando todos los puentes con todos los pueblos: alemanes, africanos, romanos, ... no se puede cortar uno más, ¡con los españoles!
Por eso, les voy a contar el metro de París. En París, el metro es un imprescindible monumento. Quizás no lo sepan, es muy antiguo: la primera línea fue construida en 1900 para la Exposición Universal. El metro desde hace ya mucho tiempo forma parte integral de la ciudad.
Yo, normalmente, permanezco entre 1:30 y 3 horas en los trasportes cada día. Son algo así como 15 o 18 horas a la semana.

En el metro encontraran:

_ Personas que no suelen tomar el metro: son los extranjeros, los provincianos, ricos en perdición, personas mayores, niños. Estos son lentos, asombrados, tienen ojos y orejas abiertos, hacen comentarios y preguntas todo el tiempo. Siempre parecen un poco perdidos.

_ Personas que se pasan tanto tiempo en el metro que experimentan cada viaje cómo un sueño, una ocasión más para escaparse. El problema es que a veces, no regresan nunca a si mismos. Estos, si que se pueden perder.

_ Personas que de hecho viven en el metro porque fuera hace frío y no tienen casa. Estos están ya perdidos.

Es extraño enterarse de que cuanto más conoces el metro, más peligro corres de perderte dentro.

Hablando de perdición, tenemos ahora en el metro a una especie en vías de extinción: los "roms", cómo los llamamos aquí. Suelen pasar de un metro a otro todo el día para pedir limosnas.

Antes, durante un día afortunado, se podía encontrar a toda la familia:
_ Los niños, que tienen entre 4 y 10 años. Van en grupos de 2, 3 ó 4. Están a gusto en este entorno, cómo peces en el agua. Pasan por los huecos más pequeños entre las viejas y las mochilas. No hablan con la gente. Se nota que no les interesamos, pero tienden la mano con insistencia. Todavía les queda frescura y espontaneidad, pero de inocencia, nada, cómo si nunca hubieran tenido. Son algo así cómo un improbable cocktail de cinismo y animalidad.
_ Las chicas: tienen entre 13 y 17 años. De vez en cuando, llevan con ellas un niño pequeño o un bebe. Una vez, una de ellas, podía tener 13 o 14 años, estaba pidiendo limosna con otra chica de su misma edad, pero sin niño. Una mujer dijo en voz alta: " ¡Y seguro que el hijo ni siquiera es suyo!" La chica la miró con aire feroz y le preguntó a su compañera: "¿Qué dice la dama? Le gustaría más que el bebe fuera mio? ¿Es eso?"
_ Los hombres: Llevan una guitarra o un acordeón, y los más afortunados también una caja eléctrica llena de música con los temas de karaoke de las canciones francesas y españolas más famosas. Destrozan dos o tres canciones antes de pasar entre las sillas con un vaso de plástico para cosechar el dinero. No miran a nadie, no hablan, sino unas palabras que dicen cómo al aire: "buenos días, por la música, gracias..."
_ Las viejas: Se nota que cuidan mucho su aspecto de brujas. Una cara dolorosa y siniestra, un cuerpo retorcido, la ropa sucia, larga, triste, un pañuelo... cojean entre los pasajeros susurrando para si mismas: "que tengan suerte, guapa, maldita, no tengo nada, para los nietos, pequeños, enferma, no casa...", o palabras de otros idiomas, o formulas mágicas, maldiciones para nosotros, que tenemos casa y dinero, pero no poderes, no tradición ancestral de movimiento eterno, ni distancia con la vida y sus avatares.



Ya no pasa la familia entera en el metro. De vez en cuando vemos a la vieja o a un niño que andan solos, más miserables y lejanos de nosotros que nunca, pero más misteriosos y cínicos que nunca.

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